domingo, 21 de setiembre de 2008

NOTICIAS:

SANTIAGO, noviembre 17.-La anorexia y la bulimia –conocidas como Ana y Mia– son enfermedades que deben tratarse con una terapia psicológica y nutricional. Están estrechamente ligadas, afectan a mujeres y hombres en nuestra sociedad y, quien se acerca a ellas entra a un peligroso juego del que no siempre se sale bien librado.
Algunas chicas dicen que convivir con estos males es adoptar un “estilo de vida”. Lo cierto es que estos desarreglos alimenticios cada vez cobran más víctimas en todo el mundo.
No es difícil reconocer a una persona que está atravesando por problemas de este tipo. Bajan de peso súbitamente, niegan tener hambre en todo momento, hacen ejercicio de manera exagerada, dicen sentirse gordas sin estarlo y comienzan a aislarse de la gente. Esos son los síntomas de alguien que tiene anorexia.
Las que padecen de bulimia, en cambio, suelen ir al baño inmediatamente después de que terminan de alimentarse (para provocarse el vómito), comen mucho pero no aumentan de peso y usan laxantes o diuréticos. Estas personas coinciden con las “amigas de Ana” en el aislamiento.
El siguiente es un testimonio anónimo de alguien que pudo ganarle la batalla a estas “amigas” que poco tienen de amistosas y que, entre juego y juego, pueden llevarte a la muerte.

Crónica de una liberación
Ahora que leo lo que escribí hace seis años, me siento feliz y orgullosa de haber tomado esa decisión. De eso justamente se trató: tomar la decisión de acabar con esa forma de vida.
Lo primero que hice fue buscar trucos para deshacerme de esa voz que me decía: “Si ya tuviste un mal día, come mucho y vomítalo todo” o “si ya fallaste en esto, ahora come y vomita”. Perdía toda una tarde comiendo y vomitando y luego recuperándome de tanta energía perdida.
No fue fácil. Por ejemplo, cuando venía esa ola de ansiedad a mi organismo y escuchaba esa voz en mi cabeza, trataba de tomar agua y de seguir con mis planes del día. Siempre llevaba agua conmigo. No por la dieta, sino para combatir esa ansiedad. Si me provocaba algo lo comía. No me quedaba con las ganas, pero en plato chico para no atragantarme. Evitaba escuchar conversaciones frívolas sobre liposucciones o dietas, aunque vinieran de mis seres queridos. Me cuidaba mucho de recaer.
Lo más importante, sin duda, fue no dejar de asistir religiosamente a mis terapias. En ellas identifiqué mi problema de fondo: mi baja autoestima. En ellas pude ver claramente los fantasmas e inseguridades que dominaban mi vida.
Ahora soy capaz de verme linda, de sentirme especial. Ahora disfruto comiendo pasta o pizza con mi esposo, de comer chifa con mi familia o un postrecito con mis amigas. Ahora procuro no perderme una fiesta o una reunión. Antes, cualquier compromiso era un problema porque había comida. Tenía que vomitar o hacer el doble de ejercicio. Pero con el tiempo, me liberé de esa sensación de comer y sentir la grasa en la garganta, ese grito interno que te dice que lo debes sacar rápido y como sea.
Como todos, tengo diferente tipo de problemas, pero ahora lucho contra lo que me da intranquilidad y angustia. Hoy me preocupa ser mejor persona. También me gusta verme bien, pero ya renuncié a dañar mi cuerpo. Me acepté como soy. Me costó muchísimo pero ahora sí me gusta mi cuerpo. Me gusta mi vida. Soy feliz y ese será mi constante objetivo mientras viva.
No me considero “el ejemplo”, pero sí quiero contarles esta experiencia a quienes están pasando por algo parecido, para que sepan que sí se pueden liberar. Hay que tener voluntad.
La bulimia es una opción de vida muy triste, es horrible. Es vivir en secreto, mintiendo a nuestros seres más queridos, dañando tu organismo, matándolo lentamente. Pregúntense: ¿Quiero vivir así toda mi vida o lo que me queda de vida? Mejor decídanse a ser felices, esa perfección que persiguen no existe.

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